Una McNoon apareció un día en mi casa por una alucinante ristra de casualidades y enseguida nos dimos cuenta de lo mucho que teníamos en común. Pero ella sabía infinitamente más que yo, que llevaba un par de años atascada, intentando escribir un libro de cocina para uno. Y se ofreció a ayudarme.
Lo primero que hizo fue alentarme a utilizar lo que ya sabía y me aclaró la estructura de los capítulos: “Escríbelos como si fueran canciones. Igual que llevas años haciendo… ...sólo que esta vez la canción será bastante más larga y eso te permitirá explicar muchas de las ideas y sentimientos por los que discurres cuando escribes un tema…” “…E inserta los trozos de receta donde irían los “breaks” de batería” dijo de pronto ella la mar de resuelta como si no lograra comprender porqué a mí me costaba tanto verlo. Y resolviendo de un plumazo el mayor escollo a la combinación de las tres formas de narrativa que había elegido.
Estuvo conmigo los nueve meses que tardamos en rematar los temas, elegir las recetas y completar los textos de “Un sendero que atraviesa la cocina” (se negaba a que abordáramos un capítulo hasta que su canción correspondiente no estuviera acabada: “Lo contrario sería hacer trampas”, decía riéndose); y tampoco consintió nunca en que diéramos saltos, por lo que el libro se compuso manteniendo el orden de los capítulos: paso a paso. Y en junio de 2007, en cuanto acabamos, se marchó, no sin antes insistir en que utilizara todo lo que habíamos hecho juntas y que - si quería - podía incluso tomar su nombre prestado mientras me fuera útil.
La editorial Alianza hizo un hueco al libro en su colección “Libros Singulares” y lo publicó en Diciembre de 2010.
Y yo quise volver a nuestra colaboración cuanto antes pero... ¿cómo encontrarle?...
Se me ocurrió que si cantaba los temas que habíamos hecho al alimón lo mismo se dejaba caer así que, con otros amigos músicos, hicimos unos conciertos por Madrid para los que elegimos “Here comes the sun” (McNoon significa hijo del mediodía) como tema de cierre y cada vez que lo abordábamos repartíamos unas latas llenas de versiones individuales de pasteles hechos con dos de las recetas de su invención, cosa que pareció gustarle muchísimo al público, pero ella, … ni caso...
Se hizo tanto de rogar que en 2014 decidí hacer las maletas y volver al Norte de barbecho, a ver si mi buena disposición a seguir mi estrella me hacía ganar puntos a sus ojos…
Y como las cosas suceden cuando deben, siguió sin dar señales de vida… Me tuvo pataleando, aullando a la Luna, y bailando sin música todo lo que quiso….
Hasta que en Septiembre de 2017, una tarde lluviosa, dando vueltas en el ordenador a lo poco que tenía adelantado para empezar a escribir de nuevo, de pronto sonó el timbre de la calle, abrí la puerta y me sentí alumbrada por su maravillosa sonrisa.
Por lo que me contó, venía a hacer conmigo una buena limpieza general y a ayudarme a revisar lo que había aprendido hasta entonces.
Trayéndome todos los tés que hizo falta me animó a ir recordando mucho de lo que había experimentado y compartido sobre las exploraciones de las regiones más tenebrosas de las Sombras propias y ajenas. Y en Abril de 2021, cuando lo consideramos adecuado, decidimos dar por terminado “Haciendo por verte” y nos pusimos a buscarle editor.
Pero en realidad, lo más bonito que ha sucedido es que esta vez no se ha despedido. Hemos construido un mirador en el jardín donde dice estar encantada. No menciona nada sobre volverse a marchar. Por las mañanas le oigo hacer voces a los trinos de los pájaros que bajan a por las semillas de girasol que les regala. Y en nuestras conversaciones yo ya dudo qué es lo que pertenece a cada cuál…. Cualquiera diría que nos estamos haciendo Uno.