La mente es muy curiosa. Parece que, de vez en cuando, le encanta ensayar planes a gogó y - no sé si a alguien más le pasa, pero la mía - también tiende a ponerse chula, venirse arriba y subirse el listón. No sé a quien se le ocurrió organizar estas tendencias tan nuestras y señalar en el calendario cuándo debíamos de orquestarse tales dudosas operaciones, pero creo que seguimos haciéndole caso. De ahí que sea tan común que uno se proponga cambiar un hábito a comienzos de año. Y que se imponga una nueva forma de actuación sin haberse antes conocido un poco más ni enterarse porqué cojea de dicho pie. Aunque también es cierto que para combatir ciertas tendencias a veces hay que taparse la nariz y tirarse a la piscina del cambio.
Yo he aprendido, poco a poco, a darme espacio y a acercarme a eso que no me gusta cómo hago con toda la misericordia que soy capaz de reunir. A ir comiéndole el terreno a cualquier tendencia torcida a base de conciencia. Y ¡funciona!
Es maravilloso tener cómplices en estos tránsitos: contar con quién sabe de nuestras debilidades, avances y aparentes retrocesos. Sobretodo para compensar la matraca de la cabeza que suele insistir en su inclemente : "Ya la has fastidiado", "Déjalo, déjalo, que no sirves para esto", etc... Es buenísimo poder echar mano de quien está de nuestro lado y quiere nuestro bien cuando a nosotros mismos nos cuesta mirarnos con buenos ojos.
Y recordar que el mejor propósito al que podemos aspirar es a fluir con la voluntad del Universo. Hacernos cómplices y mensajeros de sus planes, información que iremos captando mejor cuanto más nos vayamos aproximando a Él y soltemos, de mejor o peor gana, nuestros pequeños designios miopes.
Con respecto al momento para cambiar a menudo me viene a la cabeza lo que contaba un hermano mío: decía que durante años había oído repetir a la madre de un amigo suyo que el próximo lunes dejaría de beber hasta que descubrió que el mejor día para alejarse de la botella era un domingo.
¡¡Muy Feliz Año Nuevo a todos!!