Hay que prepararse para lo que está por llegar. Para atravesar un puente conscencial que nos permita vivir por fín desde nuestras facultades más divinas. Y la mejor manera de hacerlo es soltar de una vez los miedos que nos siguen intimidando. Especialmente el miedo a la muerte. Desprenderse de las dudas sobre la valía de uno mismo: La baja autoestima, el odio hacia sí y las ganas de hacerse daño, de dejarse en la estacada, no son más que miedo. Hay que dejarlo marchar. Por más cariño que le hayamos cogido. Liberarse también del recelo a que otros nos rechacen - no somos onzas de oro para que todos nos quieran - y a defraudarse a uno mismo.
Y ¿cómo se hace?... Abrazando el propio valor y aliándose al Universo. Decidiendo saltar, una y otra vez, al lado más luminoso de la mente de uno. Ahí dónde se asienta la conciencia y luce el sol de la inteligencia verdadera, la de la bondad. Desechando los pensamientos que nos desalientan y remplazándolos por otros que nos entusiasman. Renunciando al sufrimiento: ¡Ya está bien!
Hay que ir poniéndose las pilas. Ahora sí que sí.